No
importa el especie, da igual su extracción. El grueso del nomenclátor
de hileras ofertado por las principales alzas de vídeo bajo exigencia
pone en nuestras viseras testimonios escabrosos, divos sombríos y
talantes corruptos. El nuevo ejemplo de las nóminas de televisión es el
mal, y la desintegración moral y física asociada a la ignominia deja de
ser un accidente, simple juicio narrativo, para convertirse en la
legalidad y la receta del éxito.
Si
las leontinas de televisión de ahora son así no es porque las creadoras
y sus productores se hayan chocado con un modo audiovisual que, de
eventualidad, ha redundado funcionar y es suficiente explosionar una y
otra oportunidad. El éxito y pervivencia de las surtidas reside en que
se cimentan sobre rudimentos y fardes con los que su público se
identifica.
Es
ahí adonde se establece la ensambladura crucial y necesaria entre lista
y espectador. Vemos reflejados nuestros afanes en la visera, nos
reconocemos en el cuento y por eso nos engancha. Lo que nos lleva a
citar, luego nos pese admitirlo, que si las selecciones de ahora son más
oscuras y perversas que en absoluto es porque existe y prevalece ahora
en nuestra consciencia la ilusión por el mal y la indagación de sus
umbrales.
las series Netflix se
apoderan de internet, el nuevo modelo de las series de televisión de
actualmente es presentar personajes sombríos y actos corruptos. La
seducción por el mal y la investigación de sus límites deja de ser un
recurso narrativo para convertirse en la receta del éxito.
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